Cuando el pequeño y destartalado barquito de madera arribó a la isla de Kaoh Rong en el Golfo de Tailandia, frente a las costas de Camboya, era consciente de que estaba al otro lado del mundo, de lo que no era tan consciente es que estaba en otro mundo totalmente diferente.
En una verde y casi deshabitada jungla en medio del Mar de la China Occidental, un grupo de personas viven en cabañas de madera y con los recursos de la Edad Media. No tienen de nada excepto felicidad. Que la tienen toda. Algo ciertamente extraño en pleno S.XXI.
Madera y hierro. Esos son los materiales de construcción que manejan los habitantes de las islas en Camboya. Igual que en Europa hace unos cuantos siglos.
Sus principales tareas a lo largo del día son mirar el mar. Tirar piedras a ese mismo mar. Bañarse vestido. Sacar algún pescado. Y supongo que dormir, pero eso no tuve la oportunidad de verles hacerlo así que tampoco podría asegurarlo.
Es una vida completamente diferente a cualquier tipo de vida que tengas en la cabeza. Creo que no tenían preocupaciones porque no había por nada por lo que preocuparse: la cabaña se mantiene en píe, el mar da alimento y los niños crecen.
¿Igual que tu vida, verdad?
Y a su alrededor, sólo naturaleza en grado máximo. Una selva exuberante y llena de vida, un mar en calma de aguas cristalinas y a una temperatura muy superior a la del cuerpo humano, el sol en lo alto y en la temporada de lluvias, unas tormentas escalofriantes que ves acercarse desde el horizonte y que cuando tienes encima, “protegido” en tu humilde cabaña, te hacen recordar la levedad del ser humano.
En realidad esta historia podría terminar aquí porque os aseguro que de los oriundos poco más se puede decir y de la belleza del lugar poco más debería añadir.
Si el simple hecho de descubrir una isla virgen y semi desierta no es suficiente para captar tu atención, lo mejor será que cambiemos de tercio y te cuente cosas más cercanas y occidentales. Pero si te gusta no te vayas muy lejos, porque pronto llegará la segunda parte con la historia de un alemán que decidió dejarlo todo para vivir en este paraíso en la tierra.
Como se puede apreciar en las fotos, es una vida tranquila. Vivir y dormir en la playa, la pesca como modo de subsitencia, la canoa como medio de transporte humano y de materiales de construcción, los niños jugando en la arena o arreglando las redes de pesca… Esa es toda su vida, siempre dentro de una isla diminuta y por la que moverse es toda una aventura. Un concepto antagónico del mundo que conocemos.
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