Rudy ha trabajado en varios lugares del mundo, siempre en el sector turístico, y hace unos años decidió “esconder” su negocio del mundo real y llevárselo a un rincón secreto del Mar de la China Occidental. Allí, en una isla semidesierta convive con los oriundos que le proporcionan la mano de obra que necesita para acoger en su puñado de cabañas a aventureros que, normalmente por casualidad, aparecen en esta remota esquina del planeta.
Es maravilloso, pero si vas a ir, debes no marearte en barco, te tiene que gustar mucho la naturaleza y ser consciente de que en una jungla en medio del mar los bichos e insectos alcanzan un número y un tamaño que no conocemos en Europa (y que a veces no somos ni capaces de imaginar). A parte de eso, el lugar es una especie de paraíso en el que si lo deseas, pedes dormir en una cabaña en lo alto de un árbol en primera fila de una playa desierta con el agua a 36º C…
Tendrá unos 60 años y está cansado de nuestro mundo. Algo que en el fondo tampoco me extraña. Aunque nacido en Alemania, emigró primero a Francia para disfrutar del “Mayo del 68” y después para seguir disfrutando de otros eventos similares a lo largo y ancho del planeta. Hasta que un día dijo basta y casi de casualidad cayó en uno de los países más pobres del planeta y, por lo tanto, con mayor número de oportunidades.
Empezó creando una pequeña escuela de buceo, alquiló una embarcación, un local en la única calle turística en 100 km a la redonda y cuando se quiso dar cuenta, había mandado construir con los árboles de la selva unas cabañas en una isla habitada por no más de 80 personas dedicadas a la contemplación y la pesca.
Así, en pocos años ha creado su paraíso terrenal. Un lugar sin normas ni leyes. Sin ruidos ni atascos, sin vecinos ni contaminación, sin asfalto y sin aceras, sin transistores ni televisión. Solo playa, mar y un frondoso bosque que lo inunda todo.
Y en medio de él, unas mini cabañas a las que se accede por un camino de barro y una de mayor tamaño orientada al mar que hace de salón, comedor, sala de estar, bar, coffe shop y restaurante para todos los visitantes. Allí, en sofás o en cojines por el suelo la gente come, lee, disfruta del silencio, conversa con tranquilidad… Y después se va a dar un baño a la playa.
A la que está justo en frente o otras playas desiertas que tiene la isla. Pero si estás pensando en visitar el resto de arenales debes tener en cuenta cómo es una jungla y lo que te espera dentro de ella. Si te dan miedo los insectos, la posibilidad de que te caiga una serpiente de un árbol o sufrir el ataque de alguna abeja asesina, mejor te quedas en la “seguridad” de tu ciudad.
De esta forma los días pasan con mucha calma. El sol sale y se pone. Y entre medias no mucho más. Rudy, con su tapper rebosante de marihuana encima de la mesa disfruta relajado de sus huéspedes y de las visitas que a menudo le hacen sus peculiares amigos mientras ve pasar la vida con tranquilidad y mucha filosofía.
No es una vida para todos. Pero os aseguro que es una de las vidas más tranquilas y relajadas que he visto jamás. Rodeado de naturaleza y con la única preocupación de si esta noche cenaré arroz o pollo. Menudo dilema para la vida…
Artículos relacionados:
De retiro en el Golfo de Tailandia (Parte I, sus habitantes).
Descendso del río Mekong (sin noticias de los Charlies).
Angkor Wat, la historia que se tragó la selva.